sábado, 28 de febrero de 2015

Secuestro Amigdalino: ¡Qué mal rollo!

El Secuestro Amigdalino

Me gustaría hoy hablar de la gestión de las emociones y de un hecho curioso que sucede dentro de nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene un alto impacto para nuestra salud y capacidad de crecer interiormente. El conocimiento que os trato de revelar es algo que se conoce desde hace tiempo, y que subyace a una larga lista de trastornos y patologías en el ser humano. Por si fuera poco tiene nombre, un nombre aterrador: ¡El Secuestro Amigdalino!


Para que podamos entender mejor el concepto, debemos remontarnos a los ancestros del ser humano, incluso antes de que existiera el lenguaje y a sus mecanismos básicos de defensa. El cerebro de los mamíferos hace unos cien millones de años sufrió una transformación, evolucionando del delgado cortex hacia el evolucionado neocortex que rodea el cerebro interno, que debe plegarse sobre sí mismo para aumentar su superficie y por tanto almacenar mayor número de células neuronales y que es la región que coordina nuestros movimientos más precisos, que nos permite comprender lo que sentimo, que nos da una capacidad de razonamiento extraordinaria y lo mas importante, que es capaz de planificar a largo plazo, lo que influyó de forma definitiva en el desarrollo del intelecto. En el Homo Sapiens el neocortex es tan grande que incluso nos permitió adaptarnos a las adversidades mediante la capacidad de solucionar problemas altamente complejos. Se puede decir que hemos sobrevivido  gracias al talento del neocortex que ha envuelto y casi silenciado a nuestro cerebro ancestral, usurpando las funciones instintivas del cerebro primitivo que se encuentra en su interior, configurado por las estructuras límbicas y reptilianas. A modo de ejemplo podemos diferenciar lo que hace el sistema interno del cerebro, que controla el deseo sexual y el placer, con lo que hace nuestro cerebro externo, el neocortex, que nos habilita para la creación de un vínculo emocional fuerte, el amor, por ejemplo entre madre e hijo.














Sin embargo, el funcionamiento del neocortex es tan perfecto que anula, o mejor dicho enmascara aparentemente, al sistema primigenio que controla nuestros instintos. Cuando nos enfrentamos a una amenaza real, como por ejemplo encontrarnos de repente con un león cara a cara, nuestro sistema límbico, gestionado básicamente por nuestras amígdalas cerebrales (no confundir con las anginas, ver foto), reacciona en milisegundos, poniendo en marcha una serie de mecanismos automáticos que nos preparan para aumentar nuestra supervivencia: inyecta adrenalina en nuestra sangre, modifica los angiotensores dilatando los vasos sanguíneos que alimentan los músculos, disminuye el riego sanguíneo de nuestro neocortex y en concreto el lóbulo frontal, aumenta el pulso cardiaco, modifica el nivel glucosa y triglicéridos de la sangre, aumenta el colesterol generado por el hígado para su consumo inmediato, etc. En definitiva, nos prepara de forma instantánea para poder huir a toda velocidad del peligro.
¿Pero qué es lo que sucede cuando tenemos a un jefe que nos pide resultados que no podemos alcanzar, cuando no llegamos a fin de mes con el sueldo que tenemos, cuando estamos en una reunión y no somos capaces de que se entiendan nuestros argumentos y de ello dependa nuestro futuro, cuando llegamos tarde a una cita porque estamos parados desde hace una hora en un atasco? Pues básicamente lo mismo. Nuestros sistema límbico y reptiliano, no entran de forma inmediata, sino que nuestro neocortex mediante sus estrategias de planificación y resolución de problemas, induce un estado de ansiedad que la amígdala interpreta como un peligro mayor que en lo que realidad es, puesto que la mayoría de las veces no es nuestra supervivencia propiamente dicha la que está en juego, sino simplemente el ajuste al plan establecido por el neocortex. Es tal la fuerza del neocortex por alcanzar el objetivo seleccionado que induce una señal de peligro al sistema límbico que se activa de inmediato.

Es decir, activamos nuestro sistema de supervivencia evolutivo cuando no es necesario, pues no tenemos que activar los músculos, no debemos disminuir el riego del lóbulo frontal del cerebro, ni tampoco aumentar nuestro ritmo cardiaco y mucho menos producir más colesterol y triglicéridos en la sangre. Resultado: Un desastre para nuestro organismo. Por si fuera poco, cuando nos encontramos de repente con un león, el proceso de sobrevivir o morir dura escasos minutos, mientras que el vernos acosados por nuestro jefe o sentir que no podremos pagar la hipoteca, con la posibilidad de perder nuestra vivienda, nos mantiene en este estado durante horas o incluso semanas o meses. Por tanto, hemos quedado secuestrados por nuestra amígdala. Y este secuestro tiene efectos devastadores para nuestra memoria, capacidad de planificación (¿quién planifica cuando tiene un león en frente que te mira como su aperitivo?), nuestro sistema cardiovascular,etc.


Es por tanto importantísimo identificar, tomar conciencia de cuándo nos encontramos en una situación de secuestro amigdalino, poner a trabajar nuestro potente neocortex en estrategias para poder relativizar los riesgos o peligros que no existen verdaderamente para nuestra supervivencia. Existen así mismo indicios fisiológicos que nos muestran que podemos estar en esa situación, tales como falta de memoria, excitación, palpitaciones, falta de concentración en los planes de futuro, confusión mental, sudoración de manos, dolores frecuentes de cabeza y una larga lista de síntomas asociados a los estados de ansiedad que reconocemos con la experiencia de la auto observación.

La neurociencia nos ha enseñado que existen algunos pequeños trucos que se han probado eficaces contra el secuestro amigdalino ya que incrementan los niveles de oxitocina, lo que provoca que se desconecte el control de la amígdala sobre nuestro organismo. Algunas de estas actuaciones son: el andar deprisa o subir y bajar escaleras (en general esto significa que el deporte ayuda a controlar el secuestro amigdalino), hablar con alguien y ser escuchado a cerca del problema que tenemos (estrategia muy femenina en la que no es necesario que se den soluciones, tan solo ser escuchado) y utilizar el humor como válvula de escape ante situaciones estresantes.


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