martes, 17 de junio de 2014

Dirigir con Pasión: Menos Datos y Más Emoción.

En un mundo tecnificado, donde las decisiones se toman casi en tiempo real, la mayoría de ellas basadas en cientos de datos, cuadros de mandos y recomendaciones que califican un lugar en los rankings sean cuales sean, la neurociencia nos devuelve un enfoque nuevo y refrescante sobre cómo se diferencian a los buenos directivos de los mejores.

Todos los sistemas de reporting actuales nos dan información muy precisa sobre los estados financieros, operativos o de calidad de nuestras empresas. En teoría, ello nos invita de una forma errónea a pensar que las decisiones que tomamos son las correctas, cuando menos poco discutibles. Si analizamos la balanza de pagos de un país, el EBITDA de una empresa, los niveles de endeudamiento de las familias de un país o el número de horas que nuestros hijos ven la televisión, deducimos de una forma casi directa qué es lo que debemos hacer. Básicamente lo que hacemos es inferir que lo que funcionó o no funcionó en el pasado va a seguir siendo válido en el futuro.

Desde muy joven me llamó de una manera importante el hecho de que uno de los métodos de valoración para comprar una empresa fuera el de descuentos de flujos de cajas. Sin entrar en detalles esto significa que yo compro una empresa por el dinero que, si sigue la actividad actual, se va a generar en los próximos años. Me llamaba poderosamente la atención que yo comprara una empresa por el dinero que yo mismo después de comprarla generaría y no por el valor intrínseco que tuviera. Además estaba el hecho de que si mantengo al mismo equipo gestor y lo hacen mal, a los que les pagué, les pagué por nada. Es fácil deducir la de fracasos que se han producido usando este método matemático de valoración. Alguno se estará acordando de lo que digo, especialmente si el plan de negocio estaba basado en un producto o servicio que iba a crecer tremendamente a futuro.

Lo anterior nos indica que aunque nos esforcemos por llenar nuestras decisiones de datos, las decisiones no son mejores por ello de forma diferencial. Es decir, aquellas decisiones de negocio que han traído grandes ventajas para las compañías no han estado basadas en estudios sesudos y supuestamente objetivos, sino en visiones de futuro, intuitivas y no exentas de emociones en los directivos que deciden.

Es fácil entender que no existe tiempo para pensar de forma racional y con algún tipo de método si delante nuestro aparece una amenaza que ponga en peligro nuestra vida, tal como un león o una cobra. Simplemente sabemos lo que tenemos que hacer. Nuestro cerebro procesa información de forma precisa rápida y nos da la máxima capacidad de respuesta maximizando nuestras probabilidades de sobrevivir. A esto lo llamamos secuestro amigdalino y si queréis saber más, dentro de poco escribiré al respecto.

Sin embargo, cuando se trata de tomar decisiones en los negocios este mecanismo de intuición lo anulamos en favor de nuestro neurocortex y lo que serían nuestras corazonadas las sustituimos por el razonamiento. Bien, pues se ha demostrado que las personas que siguen a sus corazonadas en los negocios tienen un 80% más de probabilidades de tener éxito que aquellas que no lo hacen. Y este porcentaje se eleva al 90% si además las personas que dirigen lo hacen con pasión, es decir creyendo en lo que hacen, haciendo que sus decisiones sean importantes para sus emociones y sentimientos, implicando a otros colectivamente en las implicaciones que tienen sus decisiones y compartiendo de una forma empática sus visiones de futuro.

Estos descubrimientos, que pueden ser seguidos casi en directo a través de los nuevos scanners cerebrales funcionales, podrían suponer un ante y un después en la forma de enfocar la formación de las escuelas de negocios y en la forma de potenciar en las empresas los perfiles con más probabilidades de tomar decisiones acertadas.

Me gustaría que se pudiera abrir un debate  que involucre a gobiernos, instituciones y escuelas de negocios, que reflexionara sobre estas nuevas visiones y se actuara en consecuencia. Sería una bonita forma de volver a valorar al ser humano por lo que es: humano e irrepetible.

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